Comentario
La toma de México
De la manera que queda dicho ganó Hernán Cortés a México Tenuchtitlan, el martes 13 de agosto, día de San Hipólito, año de 1521. En remembranza de tan gran hecho y victoria hacen todos los años, en semejante día, los de la ciudad, fiesta y procesión, en la que llevan el pendón con que se ganó. Duró el cerco tres meses. Tuvo en él doscientos mil hombres, novecientos españoles, ochenta caballos, diecisiete tiros de artillería, trece bergantines y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis caballos, y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y según otros dicen, muchísimos más; pero yo no cuento los que mató el hambre y pestilencia. Estaban a la defensa todos los señores, caballeros y hombres principales; y así, murieron muchos nobles. Eran muchos, comían poco, bebían agua salada, dormían entre los muertos, y estaban en perpetua hedentina. Por estas cosas enfermaron y les vino pestilencia, en la que murieron infinitos. De las cuales también se colige la firmeza y esfuerzo que pusieron en su propósito; porque, llegando al extremo de comer ramas y cortezas y a beber agua salobre, jamás quisieron la paz. Ellos bien la hubiesen querido a la postre, pero Cuahutimoccín no la quiso, porque al principio la rehusaron contra su voluntad y consejo, y porque, muriéndose todos, no dieron señal de flaqueza; pues se quedaban con los muertos en casa para que sus enemigos no los viesen. Por aquí también se conoce cómo los mexicanos, aunque comen carne de hombre, no comen la de los suyos como algunos piensan; pues si la comieran, no morirían de hambre. Alaban mucho a las mujeres mexicanas, y no porque se estuvieron con sus maridos y padres, sino por lo mucho que trabajaron en servir a los enfermos, en curar a los heridos, en hacer hondas y labrar piedras para tirar, y hasta en pelear desde las azoteas; que tan buena pedrada daban ellas como ellos. Se dio a México al saqueo, y los españoles cogieron el oro, plata y pluma, y los indios la ropa y el resto del despojo. Cortés hizo encender muchos y grandes fuegos en las calles, por alegría y por quitar el mal olor que los encalabrinaba. Enterró los muertos como mejor pudo. Herró muchos hombres y mujeres por esclavos con el hierro del rey, y a los demás los dejó libres. Varó los bergantines en tierra, dejó en guarda de ellos a Villafuerte con ochenta españoles, para que no los quemasen los indios. Estuvo ocupado en esto cuatro días, y luego pasó al real de Culuacan, donde dio las gracias a los señores y pueblos amigos que le habían ayudado. Les prometió gratificárselo, y dijo que se fuesen con Dios los que quisiesen, pues al presente no tenía más guerra, y que los llamaría si la hubiese. Con esto, se fueron casi todos ricos, y muy contentos con haber destruido a México, y por irse amigos de los españoles y en gracia de Cortés.